En un momento en que las organizaciones buscan consolidar su estrategia digital mientras enfrentan entornos tecnológicos cada vez más complejos, el gobierno Cloud se ha convertido en una prioridad. La presión por optimizar costes, asegurar el cumplimiento normativo y extraer valor real de los datos ha llevado a replantear cómo se gestiona la nube, especialmente en entornos multicloud e híbridos. El pasado 3 de julio, CIONET Spain organizó, en colaboración con Atos, una mesa redonda bajo el título ‘Back to the roots: presente y futuro del gobierno Cloud’ en la que profundizamos en las principales preocupaciones de los líderes digitales en materia Cloud.
En un momento en el que la velocidad de cambio digital es más una exigencia que una opción, la pregunta sobre si el gobierno Cloud —entendido como el conjunto de políticas, herramientas, prácticas y estructuras para gestionar recursos en la nube— está realmente preparado para dar soporte a los retos actuales del negocio digital, ya no puede eludirse.
La respuesta corta: depende.
Hoy, muchas organizaciones ya operan en arquitecturas híbridas o multicloud, y cuentan con plataformas que permiten automatizar despliegues, gestionar identidades o aplicar políticas de seguridad a escala. Pero más allá de la infraestructura, el verdadero desafío del gobierno Cloud es estratégico: cómo asegurar que la tecnología está alineada con los objetivos del negocio, que las decisiones técnicas no generan dependencia innecesaria (vendor lock-in), y que la seguridad, el cumplimiento normativo y la experiencia del usuario evolucionan a la misma velocidad.
Uno de los puntos más críticos es la visibilidad. A medida que los entornos Cloud se vuelven más complejos, dispersos y distribuidos, se vuelve más difícil tener una visión completa de qué se está ejecutando, dónde, quién accede y bajo qué condiciones. Sin herramientas de observabilidad modernas y una cultura orientada a datos, muchas empresas corren el riesgo de operar a ciegas.
Otro gran reto es el control de costes. El modelo de consumo de la nube promete flexibilidad, pero sin una gobernanza clara, los presupuestos se desbordan fácilmente. Aquí, el FinOps —la disciplina que une finanzas y operaciones en la nube— empieza a cobrar protagonismo, pero aún hay muchas organizaciones que no han dado ese paso.
A todo esto se suma la necesidad de responder a entornos regulados o sectores con alta sensibilidad en el tratamiento de datos. El gobierno Cloud tiene que ser capaz de garantizar cumplimiento continuo en marcos como GDPR, ISO 27001, SOC 2, o normativas sectoriales como HIPAA o PCI-DSS, sin frenar la agilidad del negocio.
¿Está preparado, entonces? En muchas empresas, el gobierno Cloud avanza a buen ritmo, pero en otras, todavía está en fase incipiente o limitado a funciones técnicas. Lo que está claro es que no se trata de una casilla que se pueda marcar como "completa", sino de un enfoque en evolución constante. La nube no es sólo tecnología: es cultura, proceso, personas y estrategia. Y gobernarla bien es, más que nunca, un requisito para competir.
En El modelo multicloud se ha convertido en la norma para muchas organizaciones, más por necesidad que por elección estratégica. Las empresas despliegan aplicaciones y servicios en distintas nubes públicas, privadas e incluso on-premise, buscando agilidad, resiliencia o simplemente evitar la dependencia de un único proveedor. Sin embargo, este enfoque trae consigo un reto tan amplio como urgente: ¿cómo gobernar y controlar un entorno tan disperso y heterogéneo?
Uno de los principales obstáculos es la falta de estandarización. Aunque el discurso tecnológico promueve la interoperabilidad, lo cierto es que cada nube tiene sus propias reglas, herramientas y marcos de operación. Esta diversidad, sumada al peso de infraestructuras legacy que muchas veces siguen siendo críticas, hace que la gestión eficiente sea compleja y costosa. No es raro ver organizaciones atrapadas entre plataformas que no se comunican bien entre sí y equipos técnicos que deben multiplicar esfuerzos para mantener cierta coherencia operativa.
A esto se suma un entorno normativo y geopolítico cada vez más exigente. La regulación europea, los requisitos específicos de sectores como el financiero, la salud o la administración pública, y las tensiones internacionales en torno al control de los datos, han empujado a muchas empresas a replantearse en qué nube alojan sus cargas más sensibles. En este contexto, las nubes europeas o los modelos privados cobran fuerza como alternativas que ofrecen mayor soberanía, trazabilidad y capacidad de respuesta ante cambios regulatorios o incidentes externos.
Pero incluso con la mejor infraestructura, el desafío de fondo sigue siendo alinear tecnología y negocio. En muchas organizaciones, la nube todavía se gestiona desde una lógica puramente técnica, con escasa conexión con los objetivos estratégicos. La consecuencia es una brecha: mientras el negocio busca velocidad, escalabilidad y diferenciación, IT sigue atrapado en debates sobre plataformas, permisos o consumo de recursos. El gobierno multicloud, por tanto, no puede limitarse a gestionar costes o aplicar políticas de seguridad: debe facilitar que la nube se entienda como un habilitador del negocio, capaz de generar valor, acelerar decisiones y transformar datos en oportunidades reales.
El camino hacia un gobierno Cloud efectivo en entornos multicloud no es lineal, pero está claro que ya no se trata solo de gestionar la tecnología. Es un reto organizativo, cultural y estratégico. Y quienes logren abordarlo con una visión integrada tendrán una ventaja clara en el nuevo escenario digital
En medio de la complejidad creciente del entorno multicloud, el dato se debe convertir en el verdadero eje sobre el que gira la estrategia digital de las organizaciones. No importa cuántas plataformas utilice una empresa o cuán avanzada sea su infraestructura si los datos no están disponibles, bien gobernados y listos para generar valor. La nube permite almacenar y procesar más información que nunca, pero sin una gestión adecuada, el riesgo es convertir ese potencial en ruido.
El reto comienza con la calidad del dato. Muchas organizaciones siguen trabajando con fuentes dispersas, formatos inconsistentes y procesos de ingesta manuales o poco fiables. En este escenario, la confianza en el dato se ve comprometida y, con ella, la toma de decisiones. La nube facilita la automatización y el escalado de procesos de calidad, pero si no existe una estrategia clara, la tecnología por sí sola no resuelve nada.
Ahí entra en juego el gobierno del dato. En entornos multicloud o híbridos, con silos heredados, distintas jurisdicciones regulatorias y equipos distribuidos, gobernar el dato se vuelve tan importante como gobernar la infraestructura. No se trata solo de establecer normas de acceso o clasificación, sino de definir quién es responsable de qué, cómo se mide la trazabilidad, cómo se garantiza el cumplimiento normativo y cómo se asegura que el dato es usable, en el momento justo y por las personas adecuadas.
Además, el dato debe estar alineado con el negocio. Aquí aparece una de las brechas más comunes: IT construye plataformas complejas para almacenar y procesar datos, pero el negocio no siempre sabe cómo acceder a ellos, interpretarlos o integrarlos en sus procesos. La explotación del dato —desde cuadros de mando hasta modelos de IA— solo tiene sentido si responde a una necesidad concreta y está integrada en la operativa real. Esto exige una colaboración continua entre perfiles técnicos, analíticos y estratégicos, algo que muchas organizaciones aún están construyendo.
La conexión con el gobierno Cloud es directa: sin un control eficaz sobre dónde están los datos, cómo se mueven entre plataformas y quién puede usarlos, ni siquiera las arquitecturas más modernas ofrecen garantías reales. Y con regulaciones como el GDPR o los nuevos marcos europeos sobre datos industriales, la presión por hacerlo bien no deja de aumentar.
En definitiva, la calidad, el gobierno y la explotación del dato ya no son tareas aisladas ni responsabilidad exclusiva de un área. Son un pilar imprescindible para que la inversión en nube, en inteligencia artificial o en transformación digital tenga un retorno claro. Porque sin dato fiable y bien gestionado, no hay decisiones acertadas ni ventaja competitiva que valga.
En un ecosistema cada vez más digital, multicloud e impulsado por datos, la eficiencia financiera se ha convertido en un factor clave. Ya no basta con tener servicios en la nube: hay que saber cuánto cuestan, cómo se usan y si están generando un retorno tangible. En este contexto, el enfoque FinOps —la práctica de gestionar el gasto en la nube con mentalidad colaborativa entre IT, finanzas y negocio— ha pasado de ser una tendencia emergente a una necesidad real.
El primer gran punto de fricción sigue siendo el coste. La nube prometía flexibilidad y ahorro, pero la realidad es que muchas organizaciones se enfrentan hoy a un escenario de gastos impredecibles y difíciles de controlar. La transición de un modelo CAPEX a uno OPEX tiene ventajas claras, pero también exige una forma completamente distinta de gestionar el presupuesto. La visibilidad en tiempo real, el uso de etiquetas precisas y la capacidad de atribuir costes por proyecto o unidad de negocio son esenciales para evitar sorpresas a final de mes.
Además, la optimización del coste total —no solo en términos de uso, sino también de dependencia tecnológica— está en el centro del debate. Las empresas quieren flexibilidad para moverse entre nubes o incluso salir de un proveedor si es necesario, pero sin incurrir en penalizaciones económicas ni en reescrituras técnicas costosas. Por eso, los planes de salida (exit plans) están empezando a formar parte de cualquier estrategia de gobernanza bien pensada, especialmente en sectores regulados o con cargas críticas.
Pero FinOps no va solo de números. La eficiencia hoy también pasa por la sostenibilidad. Conceptos como GreenOps están ganando peso, buscando medir y reducir el impacto ambiental de las operaciones en la nube. Esto implica monitorizar no solo el consumo económico, sino también el energético y las emisiones asociadas, fomentando prácticas más responsables desde el diseño de las arquitecturas hasta su despliegue y operación diaria.
FinOps se conecta de forma natural con el gobierno Cloud, la gestión del dato y la estrategia multicloud. Sin un entendimiento claro de dónde están los datos, qué recursos los soportan y cómo se relacionan con los objetivos de negocio, es muy difícil tomar decisiones informadas sobre gasto o eficiencia. Y, como ocurre con otros aspectos de la gobernanza, FinOps no es solo una función técnica: requiere cultura, colaboración y una visión compartida entre tecnología y negocio.
La transformación digital actual exige mucho más que mover cargas a la nube. Requiere control, estrategia y una visión clara que conecte tecnología, negocio y sostenibilidad. El gobierno Cloud en entornos multicloud sigue siendo complejo por la falta de estandarización, la herencia de sistemas legacy y el cumplimiento normativo, especialmente en Europa. Además, la alineación entre IT y negocio aún es una asignatura pendiente en muchas organizaciones, donde los datos y la infraestructura se siguen viendo como un coste más que como un activo estratégico.
En paralelo, la gestión del dato —su calidad, gobierno y explotación— es ya un factor crítico para generar valor. Sin datos fiables y accesibles, ni la nube ni la inteligencia artificial pueden ofrecer resultados útiles. Y todo esto se cruza con una presión creciente por optimizar costes y operar con eficiencia. La adopción de prácticas FinOps y GreenOps muestra que las organizaciones empiezan a tomarse en serio tanto el gasto como el impacto ambiental de sus decisiones tecnológicas.
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